miércoles, 28 de diciembre de 2005

Lo mejor del 2005

En esta época del año nos vemos invadidos de balances, resúmenes, recuentos y un sinnúmero de otros modismos recopilatorios de todo tipo de actividades y hechos que ocurrieron en el año que termina; y para no ser menos y sumarme a esta moda, presentaré un recuento de lo mejor que he leído en este 2005 y comentado en esta vitrina, con toda la arbitrariedad que me otorga mi sencillo gusto literario.
He aquí mi selección de las diez mejores obras que pasaron por mis manos. Aclaro que el orden en que las presento no necesariamente representa un orden estricto de preferencia, ya que si me fue difícil decidirme por sólo diez más aún lo era ponerlas en orden de prelación.

Todos estos libros me hicieron pasar muy buenos momentos. La llegada del fin de año nos pone un poco melancólicos, nos invita a hacer una pausa, a reflexionar y rememorar lo que ha sido el año que pronto expirará y a raíz de esta introspección me he acordado de estos libros y los bellos momentos que me entregaron. Su silenciosa lectura y la vez la ebullición que provocan en nuestra mente al introducirnos en sus mundos tan ricos es impagable.

Aprovecho la ocasión para desearles a todos un año nuevo lleno de éxitos y felicidad. Que sea el año en que sus más anhelados sueños vean la realidad. ¡Feliz Año Nuevo!

jueves, 15 de diciembre de 2005

Ciudadano del mundo

En un post anterior comenté, al final del mismo, que el libro que lo motivó me hizo recordar a mi abuelo. Tomás Ibáñez Sanhueza (Ercilla, 1907 – Santiago, 1984), mi abuelo materno, era de esos hombres que se ven a lo lejos. Humanista, profundamente católico, demócrata en todo el sentido de esa palabra, fue además un prolífico autor, tanto en prosa como en verso, escrito este último en un castellano antiguo que dificulta algo su lectura, el llamado verso épico. Conciente de su aporte a este mundo, siempre me sorprendió y maravilló como se comunicaba, a través de hemosas cartas manuscritas, con grandes personajes. Al Rey de España le envió uno de sus libros (Canto a España); al Papa le escribió muchas veces, especialmente cuando atentaron contra su vida, al Cardenal Silva Henríquez, en fin, cartas que manifestaban su especial forma de ser, el haberle encontrado sentido a la vida, el saberse parte de la humanidad que tanto amaba; cartas que eran contestadas y que me llevaban en mi ingenua niñez a leerlas una y otra vez. Fue además profesor de castellano y abogado, ejerciendo esta última profesión, luego de abandonar el magisterio, como Defensor Público, en directo beneficio de los más necesitados de su amada patria.
Entre sus obras más importantes se cuentan las siguientes: una muy completa biografía de “Miguel Luis Amunátegui”, del año 1929, premiada por la Sociedad Chilena de Historia y Geografía; “Apuntes de Gramática” (1934); "Don Crescente Errázuriz, su vida y su personalidad” (obra del año 1938, premiada por la Academia Chilena de la Lengua); “Don Mariano Egaña Fabres” (1954); “Canto a España” (1979) y “Canto a la Patria” de 1982, estas dos últimas escritas en verso.
“Canto a la Patria”, editada por Ediciones Poetas Nacionales, es una sorprendente narración, en verso, de la historia de Chile, desde su descubrimiento hasta los dolorosos momentos vividos después del golpe de Estado del año 1973. Uno de esos versos expresa:

“Cuando mis miradas buscan el pasado
escucho los sones de clarines claros,
de sordas trutucas; piafar de caballos;
gritos de furor de los indios bravos,
de los caballeros, de hierros armados,
que acometen, a Dios invocando”

Dios, la fe en el hombre, el amor a la Madre Patria, llenan este bello volumen, expresando en la parte final del mismo su convencimiento que Chile retornaría a su tradición democrática, lo que no alcanzó a ver.
Pero más que mostrar esa faceta literaria de mi abuelito (recuerdo cuando escribía sus manuscritos y la paciencia con que lo hacía sentado en su escritorio) mi intención es reflejarlo como la gran persona que fue y cómo me marcó en mi niñez y primera juventud. Tengo hermosos y grandes recuerdos de mi abuelito Tatín –así lo llamábamos sus nietos– y me acompañan por siempre. Sus enseñanzas también. Nunca he olvidado cuando en una oportunidad –tendría 8 o 9 años– le dije mentirosa a mi madre y él me escuchó. Entonces me llamó, con el mayor disimulo posible y su calma de siempre, y me dijo: "tu madre no miente, puede estar equivocada, pero no miente". ¡Cuántas veces les he dicho lo mismo a mis hijos!
Siempre me acuerdo cuando en las vacaciones que pasábamos junto con mis primos en Quintero –dos meses y medio completos– nos reunía en las noches para contarnos historias. La que más recuerdo y la que me causó más impresión en esos mis años de aventuras, fue la de Los tres Mosqueteros, de Dumas. Nos la contaba con tantos detalles, era tan vívida, que podíamos sentir como chocaban las espadas de los Mosqueteros contra los temibles hombres del cardenal Richelieu. Pero cada noche nos cortaba la narración en la mejor parte y a pesar de nuestros ruegos teníamos que esperar hasta la noche siguiente para continuar con esa fascinante historia.
Y era enemigo de las malas palabras. Para que decir de los garabatos, que no se podían decir en su presencia. Una vez me llamó la atención por que le dije tonto o idiota a uno de mis hermanos –obviamente no decíamos garabatos, no tanto por que lo respetábamos sino por que no los conocíamos, sólo en enseñanza media los adaptamos a nuestro lenguaje– y me hizo ver la inconveniencia y lo innecesario de usar esas palabras.
En la introducción del libro cuya portada se muestra aquí, hay una bella poesía dedicada por uno de sus hijos, Jorge, exiliado en Francia, que resume muy bien su personalidad y especial sensibilidad, que logró transmitir a sus seis hijos; he aquí dos de sus versos, que reflejan mucho mejor de lo que intenté a través de este post lo que mi abuelito significó para mí:

"Nos hacía asombrarnos de las hojas,
del rumor del trabajo de la abeja,
de las cartas que escriben las gaviotas
lentamente con sus pasos en la arena."

"Nos dejaba beber de la hermosura
de la luna, del sol, de los volcanes,
de mostrarnos cordilleras y horizontes,
él nos hizo crecer los ojos grandes."

martes, 13 de diciembre de 2005

El duende de Rivera Letelier

La última novela de Hernán Rivera Letelier, "Romance del duende que me escribe las novelas" me dejó un sabor más amargo que dulce. Rivera Letelier es uno de mis autores predilectos, me gusta su prosa sencilla, cercana, sin estridencia. Estos atributos -atributos para mí- los conserva en parte en esta novela (presentada recién en la Feria del Libro de este año), aunque la historia es demasiado simplona, débil. Me atrevería a decir que es un libro gestado más por intereses comerciales (quizás motivado por contratos con su casa editorial) que por inspiración duendística, parafraseando al propio autor.
Es esta novela una suerte de memoria, en la cual el autor evoca su mundo infantil, su dura niñez en la salitrera Buenaventura. En la soledad de la pampa este niño encuentra a su duende, quien -a través de sabios consejos- lo impulsará a perseguir sus sueños y le enseñará que, con convicción y perseverancia, se puede vencer el destino.
Demasiado ingenuo a veces, se hace adecuado para lectura infantil. Incluso se lo recomendé a mi hijo chico (El cuenta cuentos) pues tiene esa magia que tanto le gusta a él y que expresa en sus pequeños cuentos. Una cosa eso sí, través de las pequeñas historias de esta novela, uno recuerda parte de sus otras obras, en un recurso "garciamarquista", que se agradece.
No se puede decir mucho más de esta obra. Se lee muy fácilmente -media tarde- y quizás también se olvide con rapidez.
Aunque esos breves momentos nos retrotraen a nuestra infancia, a juegos infantiles (el hachita y cuarta), a hermosos e ingenuos sueños, a nuestros primeros amores, lo que se agradece. En síntesis, adecuada para una lectura sin pretensión, que de seguro no será recordada entre las buenas novelas de este autor, que dicho sea de paso, no salió electo diputado por el distrito 4 (Antofagasta, Mejillones, Sierra Gorda y Taltal) en nuestras recientes elecciones parlamentarias.

martes, 6 de diciembre de 2005

La tierra que les dí

Este es el título de la novela que acabo de leer, de Mercedes Valdivieso, una de las destacadas escritoras de la generación del '50 en nuestro país (hace un tiempo comenté algo de esta generación, a raíz de la novela "La mujer de sal" de María Elena Gertner), que tan buenos escritores dió a las letras nacionales.
Esta autora (1924-1993) centró su obra literaria en la temática de la mujer y su papel en la sociedad chilena de la época. Sus ideas la posicionaron como una de las precursoras del feminismo y se la considera autora de la primera novela de esta índole a nivel latinoamericano -"La Brecha", Ed. Zig-Zag, 1961- sacando del ostracismo la voz femenina.
"La tierra que les dí", su segunda novela escrita en el año 1963, tiene una trama que debe haber sido fuerte para esa época: se basa en el desmoronamiento de una familia latifundista que permanece ligada mientras vive la "Señora", una gran mujer, madre de diez hijos, que dirige la hacienda y la vida de sus hijos -manteniéndolos económicamente prácticamente a todos, yernos y nueras incluidas- rígidamente sin siquiera imaginar el fin de la tierra que tanto amó.
A la muerte de este gran personaje se van conociendo las bajezas de su familia, los odios entre hermanos y la codicia y falta de visión de los hijos que no trepidan en vender todo para repartir la gran fortuna familiar. Las intrigas, las presiones de esposas y esposos de los herederos por tomar lo que más se pueda de la herencia y la esperada muerte de la madre configura una descripción descarnada pero realista de la sociedad nacional, que hacen de esta novela un relato actual y reconocible, ya que todos hemos conocido casos iguales, en que hijos de destacados personajes han dilapidado fortunas sin hacer nada por sus vidas.
En sus días finales, la madre vuelca sus atenciones y cariños en sus nietos, quizás entendiendo que sus hijos ya nada podrían ofrecerle. Luego de su muerte y ya acordada la venta de la hacienda, su nieto mayor, entre todos los enseres y muebles de la hacienda que están dispuestos para ser rematados, recuerda con cariño y nostalgia a su abuela sentado en su gran sillón sin entender a su familia que tira por la borda toda una historia de lucha y perseverancia, cambiando una tierra fértil y viva por un puñado de monedas que más temprano que tarde se acabarán.
Una hermosa novela, a pesar de las bajezas humanas personificadas en los hijos de esta Señora, que me hizo recordar a mis propios abuelos y en todas las tardes de mis sábados infantiles que pasábamos en su casa.

viernes, 2 de diciembre de 2005

Ajedrez y literatura

El milenario juego del ajedrez -del que soy un eterno enamorado- tiene una larga y a veces estrecha relación con la literatura. En innumerables obras algunos de los personajes principales son aficionados o juegan distraídamente una partida de ajedrez. Así, por ejemplo, en la célebre novela "El amor en los tiempos del cólera" de Gabriel García Márquez, Juvenal Urbino, uno de los principales personajes, era un apasionado jugador y solía jugar con Jeremiah de Saint-Amour, quien a su vez, según se decía, le había ganado una partida al mismísimo Capablanca, mítico campeón mundial del llamado deporte ciencia.
Pero en otras, el ajedrez se ha tomado un lugar preponderante en la trama y no sólo es usado para adornar la obra. Es el caso de "A través del Espejo", de 1871, segunda parte de la célebre "Alicia en el País de las Maravillas" del escritor inglés Lewis Carrol, quien cuenta una historia plagada de piezas de ajedrez en la que Alicia en el rol de un peón blanco se corona reina al llegar a la octava casilla y gana en once jugadas. También, el escritor peruano Ricardo Palma, en sus "Tradiciones Peruanas" narra el supuesto duelo ajedrecístico entre el inca Atahualpa y el conquistador español Francisco Pizarro.
Otro ejemplo notable y de gran actualidad es la exitosa novela de corte policial del escritor español Arturo Perez-Reverte "La Tabla de Flandes" en que el ajedrez es la clave para encontrar a un asesino, quien deja pistas de sus siguientes pasos a través de problemas de ajedrez.
Para finalizar esta linda relación entre dos de mis pasiones, quisiera transcribir el poema titulado "Ajedrez" de Jorge Luis Borges, que expresa muy bellamente las características notables de cada una de las piezas de este maravilloso juego:

I

En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.

II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?