miércoles, 27 de junio de 2007

Una noche mágica

La noche del viernes 15 de junio quedará grabada a fuego en la memoria de 27 amigos, 27 ex alumnos del liceo A-13, que nos reunimos conmemorando los 25 años de egreso de ese liceo; una noche bellísima, emocionante, inolvidable, que nos hizo sentirnos a todos tan unidos, como si hubiera sido ayer y no hace un cuarto de siglo que salimos del liceo. Si hay algo que me impresionó mucho fue el enorme cariño que todos nos demostrábamos, increible, conmovedor.
Antes de dar algunas impresiones sobre esa mágica noche quisiera agradecer muy especialmente a sus gestores: Diego, Lizeth y José Manuel (quien nos acompañó sólo hasta 2º Medio pues ingresó a la Escuela Militar donde ha tenido una destacada carrera): Se pasaron estos cabros, hicieron posible que los sueños de muchos se hicieran realidad; reunirnos a la gran mayoría de ex alumnos del 4º A, algunos de los cuales no nos veíamos desde la estación Mapocho -cuando nos bajamos del tren que nos trajo de vuelta del mítico viaje de fin de curso a Viña del Mar- fue una proeza, un gran esfuerzo que sin duda valió la pena y que todos valoramos y agradecemos.
Ahora a lo nuestro. A pesar de haber estado con una gripe fuertísima, casi sin voz, en un estado francamente lamentable (y así también me veía), a eso de las 20 horas de ese día emprendí el camino que me llevó a reencontrarme con parte de mi historia (sin duda una de las más bellas); pasé a buscar a Norberto -compañero de banco en nuestros años de liceanos- y enfilamos hacia lo alto de la ciudad con nuestros corazones anhelantes, hasta que por fin, cerca de las 21 horas ingresamos al bello Salón Colonial del Club de Campo del Ejército en Peñalolén, donde ya había al menos diez compañeros, comenzando una seguidilla interminables de emocionados abrazos.
Al poco rato ya estábamos todos, los mismos de ayer, la misma alegria e inocencia de esa época trasladada al presente. Algunos kilos de más -varios más bien- y evidencias claras de alopecia, nosotros; estupendas, con gran prestancia y aplomo, ellas; las risas y recuerdos afloraban por doquier; cada cual atesoraba un recuerdo especial con algún compañero o compañera; las afinidades de esa época se hacían patentes hoy igual que ayer y sólo quedaba reconocerse en los ojos de cariño de todos. Recordar a los ausentes, saber de los infructuosos esfuerzos por encontrarlos y las promesas de sí hacerlo para un próximo encuento, que de seguro no aguardará por otros 25 años.
La noche transcurrió demasiado aprisa; los aperitivos se repetían entre abrazo y abrazo y las ganas de saber de todos nos carcomían. En realidad nadie había cambiado, todos seguíamos iguales, los palomillas de siempre hacían de las suyas: Norberto, José, Felipe, Elvis, Alex, Sergio, haciéndonos reir; en cada rincón del salón se formaba un pequeño grupo intentando ponerse al día: Gustavo, Marcelo, Gabriel, Patricio, Miguel, recordando anécdotas de las clases. Otros haciendo recuerdos de los paseos -circulaban varias fotos de casi treinta años atrás- donde se podía observar a Diego, Exequiel, Claudio y varios más y por supuesto las chicas, que alegremente se contaban -con la gracia que sólo ellas tienen- toda la vida.
El recuerdo que guardaba de mis queridas compañeras estaba sin duda influenciado por dos grandes elementos: por un lado, la época, fines de los setenta y principios de los ochenta, juventud bastante más tranquila e inocente que ahora, y por el otro, mi carácter, introvertido, de tal modo que en mi memoria seguían siendo las tiernas niñas de siempre. Hoy son todas, sin excepción, grandes mujeres, con mayúsculas, seguras, inteligentes, alegres, estupendas. Desde aquí otro abrazo para Bernardita, las dos Ximenas, Mónica, Pili, Lily, Nely, Lizeth, Verónica y Carmen Gloria.
Luego de la cena, los organizadores nos tenían preparadas varias sorpresas: una simpática presentación con fotos de la época (paseos, graduación, fiestas, etc.) en donde aparecieron hasta mi madre y mi hermano menor, y unos entretenidos montajes fotográficos preparados por Gustavo, con mucho ingenio y gran creatividad, que me llevaron a recordar las caricaturas extraordinarias que hiciera de nuestro equipo de baby fútbol, allá por el año '81, del cual formaba parte.
A ésta le siguió una entrega de regalos (cortesía de José Manuel, gracias otra vez) y unas breves palabras de todos los presentes, tratando de condensar en un par de minutos los 25 años que estuvimos separados. Como se imaginarán, las bromas, risas y piropos no se hicieron esperar convirtiendo esta iniciativa en una de las más entretenidas, considerando además que todos teníamos ya algunas copas en el cuerpo, por lo que era de esperarse tal explosión de bromas, afectuosas por lo demás.
Las interminables despedidas, los abrazos eternos y reiterativos, los brindis de última hora y las promesas de reencontrarnos pronto pusieron el broche de oro a esta mágica jornada, tan largamente esperada.

viernes, 8 de junio de 2007

¡Los primeros 25 años!

Corría el año 1977 cuando ingresé al liceo Nº 10 de hombres (en esa ya lejana época, hoy liceo A-13 Confederación Suiza, nombre que ya tenía cuando egresé el año 1982). Era un mundo nuevo y distinto, para alguien que venía de una pequeña escuelita del sector, ingresar a un liceo tradicional, hoy llamado emblemático, era un gran paso; ingresar a un nuevo curso, Séptimo Básico A, nuevas exigencias, conocer a nuevos amigos y empezar una hermosa historia que ya cumple más de 30 años.
En la foto que acompaña estas líneas -aportada por Diego Fredes, entusiasta organizador del encuentro conmemorativo del cuarto de siglo de la salida del liceo- es sorprenderte ver a todos con esa tierna cara de niños y los parecidos que tienen algunos con sus respectivos hijos (caso en el que me incluyo). Espectacular fotografía que nos muestra en nuestros tiernos 11 o 12 años, llenos de ilusión y alegria, formando ya un grupo muy unido que llegaría -la mayor parte al menos- hasta cuarto medio.

Tantos recuerdos. Y tan bellos. Sin duda una época que nos marca a todos, sin grandes preocupaciones, sin la competencia feroz que se da hoy en la educación y con mucho tiempo para cultivar la amistad, esa verdadera, que se da sólo en los primeros años.
Era otra época, prehistórica si se quiere. Por supuesto que no existía Internet, el teléfono era escaso también; para juntarnos a nuestras tradicionales pichangas de los sábados debíamos confiar en que todos llegarían a la hora señalada, acordada en clases. Estudiar era distinto, más artesanal pero entretenido, los libros eran más amigos nuestros de lo que lo son de nuestro chicos. Las tareas, las carpetas, los trabajos, eran hechas con mayor esfuerzo y no sólo se reducían al copiar y pegar de hoy.
La amistad sincera, la camaradería, los primeros y tiernos amores, los que nunca se produjeron por la timidez propia de esos años, el compañerismo sano, la solidaridad eran reales y palpables. Éramos un curso muy especial, muy unido y alegre, sano, travieso y juguetón. Todos teníamos divertidos apodos que han traspasado el tiempo y perduran hasta hoy. Si teníamos un pequeño zoológico dentro del curso (José Capdeville, gato; Alex Aravena, caballo; José Manuel Contreras, chancho, porky; Felipe Salaberry, piolín; Gustavo Gutiérrez, cachalote; Exequiel barahona, pelícano; Carmen Gloria, canguro; y otros que de seguro se me escapan), otros tenían apodos relacionados con personajes de la TV (Ximena Avendaño, pindy; Nelly Pérez, canito; Norberto Parra, Heidi, aunque también sabía lucir varios más, como chicha, parrón, parrita; patán, canitrop y varios más llevaron asimismo otros de mis compañeros), algunos teníamos un mote relacionado con alguna característica física o personal muy notoria y/o divertida, no faltando los simpáticos apodos de bolita (Elvis Carrasco), cabezón (Marcelo Valenzuela), coreano (Gabriel Roldán), chino (Nelson Mardonez), bruja (Liseth Asenjo), monja (Bernardita Zamorano), cabezona (Mónica Valderrama), guagua o cabeza de dado (los míos), chico, etc. En fin, se me escapan muchos y me perdonarán los que no aparecen, pero lo cierto es que todos teníamos un apodo, hasta nuestra recordada profesora jefe, doña Bermunda Fernández, tenía el suyo (la camello).
Y no era menor salir a la pizarra en esas condiciones, pues siempre ocurría que alguien emitía algún ruido alusivo al mote que provocaba las risas de todos y la vergüenza momentánea del "afortunado" de turno.
Ahora, gracias a la magia de Internet, nos hemos ubicado casi todos -nuestros correos casi revientan de tantos email y los recuerdos que afloran espontáneos y nos retrotraen a esos inolvidables momentos aparecen por todos lados- y nos reuniremos el próximo viernes 15 para celebrar los primeros 25 años de nuestra salida del mítico y glorioso liceo A 13. Espero con ansias que llegue ese día (se me viene a la mente el comercial de un vino en que se juntaban unos viejitos, con la típica frase "del zanahoria" cuando se reencuentran y se abrazan) y abrazarlos a todos, verlos y verlas después de tanto tiempo a la mayoría sin duda que va a ser emocionante y marcará un verdadero hito en nuestras vidas.
Como no recordar las pichangas de los recreos (con cualquier cosa, hasta topes plásticos de las patas de las mesas) con varias decenas de niños en el patio, tratando de esquivarlos a todos para llegar al arco contrario; o las famosas "kermeses" que se hacían todos los años; o nuestros paseos de fin de año, a Algarrobo, al río Clarillo; o cuando nos juntábamos a hacer trabajos o tareas y terminábamos jugando a la pelota o al pimpón, etc., son muchos los recuerdos que se agolpan y pugnan por un lugar preponderante en nuestra frágil memoria.
Por de pronto, les dejo la fotografía del Cuarto Medio, en que están casi todos. Es fácil tratar de distinguirse en una y otra y ver cuánto cambiamos en esos seis años. ¿Será lo mismo ahora cuando nos encontremos? El tiempo sin duda habrá hecho lo suyo.

sábado, 2 de junio de 2007

Bitácora para Borges (1ª parte)

Entre las cosas buenas que nos deparan los blog está la de poder intercambiar ideas, opiniones, conocer otras realidades, hacer amigos, aunque la distancia nos separe. Saber que alguien lee lo que uno escribe y que ese anónimo lector se toma la molestia de comentar e interactuar con uno ya es gratificante. Que además nos abra su corazón, nos haga partícipes de lo que les apasiona y lo comparta, no tiene precio.

Es lo que me sucedió con un colega argentino, Eduardo S., ingeniero civil, residente en esa hermosa mega ciudad capital, Buenos Aires, quien con enorme generosidad me envió un verdedero ensayo sobre Jorge Luis Borges, con el fin de entregarme pistas para descubrirlo en toda su dimensión y no caer en estereotipos -como me pasó a mí- sobre su genial obra.

Es realmente interesante y revelador, más aún para un neófito como yo. Por lo mismo, con autorización de su autor, he decidido compartirlo con todos quienes leen estas líneas, en homenaje al genio de Borges, pero también -y muy especialmente- en homenaje a este nuevo amigo. No he querido intervenirlo en absoluto y por su extensión lo daré a conocer en dos entregas. Helo aquí:

"El contacto es para darle pistas para descubrir a Borges, un escritor muy elogiado y poco leído. A veces, injustamente criticado por críptico, demasiado culto y otras, por demasiado frío, distante. En extremo tímido, si hoy viviera dirían que tenía fobia social; inventó una literatura sobre la literatura, creando casi el hoy llamado postmodernismo. Pero además siempre deseó ser popular admirando al tango rudo y milonguero así como otras formas populares.

"La mejor forma de entrar a Borges es entendiendo que siempre escribió sobre lo mismo, y desde su vida. La tensión entre su cultura europea y su cultura argentina. Su destino sudamericano. Descendiente de guerreros argentinos y de ingleses por igual, su literatura és esa tensión. Ahora dejo para abrir la puerta el "Poema Conjetural", una de sus obras maestras. Al ser usted de otro país le aclaro que Laprida es el abogado presidente del congreso de la independencia de nuestro país (1816) del cual Borges era descendiente por alguna de sus ramas familiares. Te pido, te sugiero lo leas como un poema autobiográfico, la tensión y la identidad final.

Poema Conjetural
(El otro, el mismo - 1964)

El doctor Francisco Laprida, asesinado el día 23
de septiembre de 1829 por los montoneros de Aldao,
piensa antes de morir:

Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.

Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.

Como aquel capitán del Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.

La noche lateral de los pantanos
me asecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes,
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.

A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.

En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.
Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí ... Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.

No cabe duda que la lectura de este bellísimo poema desde la óptica propuesta por Eduardo entrega una nueva perspectiva, más enriquecedora. En la segunda entrega Eduardo nos dará pistas sobre la sobresaliente prosa de Borges, su genial imaginación, sus recomendaciones para ir avanzando en la fabulosa obra de este especial autor. Por de pronto, puedo contar que estoy leyendo "El libro de arena" que, ya verán, aparece recomendado por nuestro amigo de allende Los Andes. Para terminar, reproduzco otro de los poemas que me dejó Eduardo y que encuentro francamente espléndido:

1964

Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo y
diverso que el mar. La vida es corta
y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna
y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.
Sólo me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al sur, a cierta puerta, a cierta esquina.