domingo, 15 de febrero de 2009

Tombuctú

Otro regalo de navidad. Paul Auster -el célebre autor norteamericano- nos tiene acostumbrados a su estilo, algo fuerte, deslenguado, pero certero y claro. Refleja bien los tiempos que corren y retrata magníficamente la marginalidad del gigante del norte, donde no todo es oportunidades y las luces no brillan tanto.

Pero con esta novela, del año 1999, sorprende aún más. Su protagonista es Míster Bones, un perro cualquiera -un quiltro diríamos aquí- con ciertas particularidades muy especiales: tiene más humanidad que muchos de nosotros, siente, sueña, piensa, ama, acompaña, en fin, se comporta como el mejor de los amigos (¡acaso un perrito no lo es siempre!) siempre fiel al lado de su dueño, el vagabundo William Gurevich, hombre con cierto talento literario, hijo de inmigrantes europeos, pero que cayó en desgracia por varios de los vicios conocidos, llegando a extremos sicóticos -un encuentro místico con el mismísimo Santa Clauss a través de la TV que le cambió la vida, dedicándola desde entonces a la caridad, haciéndose llamar desde ese momento Willy Christmas.

Pero éstos son detalles. Míster Bones sabe que su amo se muere. La crudeza del clima del norte, las noches a la intemperie, la lluvia, la escasa y mala alimentación han llevado a Willy Christmas a la ciudad de Baltimore, seguro su último paradero, en busca de la antigua maestra de William, la única que creyó y alentó al entonces joven estudiante en sus afanes artísticos, con el fin de entregarle todos sus escritos. Míster Bones ha aprendido todo lo que sabe de su amo. Lo ha escuchado por muchos años, han aprendido a sobrevivir los peores días de sus vidas, pero no sabe que hará cuando se encuentre solo.

La angustia que todos sentimos ante una pérdida inevitable la comienza a vivir Míster Bones, con el agravante que no la puede compartir -sólo le falta hablar- y tiene que afrontarla como pueda. Sueña la muerte de su amo tal como ocurre y se ve solo y desamparado, comenzando un peregrinaje que lo lleva a dos lugares muy distintos pero donde es acogido por un tiempo.

Sin embargo, los recuerdos, el abandono emocional, los sueños recurrentes, la promesa de encontrarse con su amo en Tombuctú -el lugar tan especial del que le habló su amo al que iría una vez muerto- comienzan a desestabilizalo, precipitando los acontecimientos, relatados con la maestría de siempre por este observador sagaz de las miserías humanas, como lo es Auster.