Hace poco terminé está novela de Ramón Díaz Eterovic, padre de nuestro famoso investigador privado Heredia. Y digo nuestro, por que Heredia bien podría ser el rey de los huachacas, el Gran Compipa, es más chileno que los porotos, bueno para tomar, conoce todos los antros nocturnos de nuestra querida capital y vive al lado de "La Piojera", el mítico bar cercano al Mercado Central.
Con Heredia nos podríamos cruzar en cualquier esquina. Ha sido protagonista de más de 12 novelas de este prolífero autor y es bueno recordar que también lo tuvimos protagonizando una serie de TV. Nada mal para un detective privado chilensis.
Y a este detective acude una señora que sospecha que la muerte de su hermano no fue producto de un simple robo con violencia. La policía ha archivado el caso, pero Heredia decide tomarlo de mala gana en un principio, más para salir de su letargo que por otra causa, pero que a poco andar empieza a tomar forma una trama que nos retrotrae a los oscuros tiempos de la Dictadura y de sus torturadores.
La trama se sustenta convincentemente, con el telón de fondo de un Santiago oscuro y oculto, donde conviven torturados y torturadores. Los primeros luchan por que se haga justicia y se de a conocer a los culpables, y los segundos por seguir en el anonimato y en las sombras, tratando de dejar atrás un pasado que los condena. Redes de protección tienen estos últimos, empero ya no cuentan con la impunidad del pasado y cada vez se lucha por desenmascarar a más culpables de los atropellos.
Heredia va atando cabos, descubre las actividades de Germán Reyes -el hombre supuestamente asesinado, un ex prisionero político y torturado en Villa Grimaldi- sigue pistas que parecen no conducir a ningún lado, pero avanza a pesar de si mismo, pasando por situaciones y peligros que dan sabor a esta novela policial.
El autor logra contar una sólida historia, plausible, sazonada con buenos momentos de la intimidad de Heredia que permiten configurarlo como un personaje creíble y cercano (habla y razona con su gato, que tiene por nombre Simenon, el famoso autor de novelas policíacas, su único acompañante permanente en su departamento-oficina), todo lo cual posibilita que la lectura de esta obra sea ágil y entretenida. Un acierto.
Y a este detective acude una señora que sospecha que la muerte de su hermano no fue producto de un simple robo con violencia. La policía ha archivado el caso, pero Heredia decide tomarlo de mala gana en un principio, más para salir de su letargo que por otra causa, pero que a poco andar empieza a tomar forma una trama que nos retrotrae a los oscuros tiempos de la Dictadura y de sus torturadores.
La trama se sustenta convincentemente, con el telón de fondo de un Santiago oscuro y oculto, donde conviven torturados y torturadores. Los primeros luchan por que se haga justicia y se de a conocer a los culpables, y los segundos por seguir en el anonimato y en las sombras, tratando de dejar atrás un pasado que los condena. Redes de protección tienen estos últimos, empero ya no cuentan con la impunidad del pasado y cada vez se lucha por desenmascarar a más culpables de los atropellos.
Heredia va atando cabos, descubre las actividades de Germán Reyes -el hombre supuestamente asesinado, un ex prisionero político y torturado en Villa Grimaldi- sigue pistas que parecen no conducir a ningún lado, pero avanza a pesar de si mismo, pasando por situaciones y peligros que dan sabor a esta novela policial.
El autor logra contar una sólida historia, plausible, sazonada con buenos momentos de la intimidad de Heredia que permiten configurarlo como un personaje creíble y cercano (habla y razona con su gato, que tiene por nombre Simenon, el famoso autor de novelas policíacas, su único acompañante permanente en su departamento-oficina), todo lo cual posibilita que la lectura de esta obra sea ágil y entretenida. Un acierto.