Corría el año 1977 cuando ingresé al liceo Nº 10 de hombres (en esa ya lejana época, hoy liceo A-13 Confederación Suiza, nombre que ya tenía cuando egresé el año 1982). Era un mundo nuevo y distinto, para alguien que venía de una pequeña escuelita del sector, ingresar a un liceo tradicional, hoy llamado emblemático, era un gran paso; ingresar a un nuevo curso, Séptimo Básico A, nuevas exigencias, conocer a nuevos amigos y empezar una hermosa historia que ya cumple más de 30 años.
En la foto que acompaña estas líneas -aportada por Diego Fredes, entusiasta organizador del encuentro conmemorativo del cuarto de siglo de la salida del liceo- es sorprenderte ver a todos con esa tierna cara de niños y los parecidos que tienen algunos con sus respectivos hijos (caso en el que me incluyo). Espectacular fotografía que nos muestra en nuestros tiernos 11 o 12 años, llenos de ilusión y alegria, formando ya un grupo muy unido que llegaría -la mayor parte al menos- hasta cuarto medio.
Tantos recuerdos. Y tan bellos. Sin duda una época que nos marca a todos, sin grandes preocupaciones, sin la competencia feroz que se da hoy en la educación y con mucho tiempo para cultivar la amistad, esa verdadera, que se da sólo en los primeros años. Era otra época, prehistórica si se quiere. Por supuesto que no existía Internet, el teléfono era escaso también; para juntarnos a nuestras tradicionales pichangas de los sábados debíamos confiar en que todos llegarían a la hora señalada, acordada en clases. Estudiar era distinto, más artesanal pero entretenido, los libros eran más amigos nuestros de lo que lo son de nuestro chicos. Las tareas, las carpetas, los trabajos, eran hechas con mayor esfuerzo y no sólo se reducían al copiar y pegar de hoy.
La amistad sincera, la camaradería, los primeros y tiernos amores, los que nunca se produjeron por la timidez propia de esos años, el compañerismo sano, la solidaridad eran reales y palpables. Éramos un curso muy especial, muy unido y alegre, sano, travieso y juguetón. Todos teníamos divertidos apodos que han traspasado el tiempo y perduran hasta hoy. Si teníamos un pequeño zoológico dentro del curso (José Capdeville, gato; Alex Aravena, caballo; José Manuel Contreras, chancho, porky; Felipe Salaberry, piolín; Gustavo Gutiérrez, cachalote; Exequiel barahona, pelícano; Carmen Gloria, canguro; y otros que de seguro se me escapan), otros tenían apodos relacionados con personajes de la TV (Ximena Avendaño, pindy; Nelly Pérez, canito; Norberto Parra, Heidi, aunque también sabía lucir varios más, como chicha, parrón, parrita; patán, canitrop y varios más llevaron asimismo otros de mis compañeros), algunos teníamos un mote relacionado con alguna característica física o personal muy notoria y/o divertida, no faltando los simpáticos apodos de bolita (Elvis Carrasco), cabezón (Marcelo Valenzuela), coreano (Gabriel Roldán), chino (Nelson Mardonez), bruja (Liseth Asenjo), monja (Bernardita Zamorano), cabezona (Mónica Valderrama), guagua o cabeza de dado (los míos), chico, etc. En fin, se me escapan muchos y me perdonarán los que no aparecen, pero lo cierto es que todos teníamos un apodo, hasta nuestra recordada profesora jefe, doña Bermunda Fernández, tenía el suyo (la camello).
Y no era menor salir a la pizarra en esas condiciones, pues siempre ocurría que alguien emitía algún ruido alusivo al mote que provocaba las risas de todos y la vergüenza momentánea del "afortunado" de turno.
Ahora, gracias a la magia de Internet, nos hemos ubicado casi todos -nuestros correos casi revientan de tantos email y los recuerdos que afloran espontáneos y nos retrotraen a esos inolvidables momentos aparecen por todos lados- y nos reuniremos el próximo viernes 15 para celebrar los primeros 25 años de nuestra salida del mítico y glorioso liceo A 13. Espero con ansias que llegue ese día (se me viene a la mente el comercial de un vino en que se juntaban unos viejitos, con la típica frase "del zanahoria" cuando se reencuentran y se abrazan) y abrazarlos a todos, verlos y verlas después de tanto tiempo a la mayoría sin duda que va a ser emocionante y marcará un verdadero hito en nuestras vidas.
Como no recordar las pichangas de los recreos (con cualquier cosa, hasta topes plásticos de las patas de las mesas) con varias decenas de niños en el patio, tratando de esquivarlos a todos para llegar al arco contrario; o las famosas "kermeses" que se hacían todos los años; o nuestros paseos de fin de año, a Algarrobo, al río Clarillo; o cuando nos juntábamos a hacer trabajos o tareas y terminábamos jugando a la pelota o al pimpón, etc., son muchos los recuerdos que se agolpan y pugnan por un lugar preponderante en nuestra frágil memoria.
Por de pronto, les dejo la fotografía del Cuarto Medio, en que están casi todos. Es fácil tratar de distinguirse en una y otra y ver cuánto cambiamos en esos seis años. ¿Será lo mismo ahora cuando nos encontremos? El tiempo sin duda habrá hecho lo suyo.