En un post anterior comenté, al final del mismo, que el libro que lo motivó me hizo recordar a mi abuelo. Tomás Ibáñez Sanhueza (Ercilla, 1907 – Santiago, 1984), mi abuelo materno, era de esos hombres que se ven a lo lejos. Humanista, profundamente católico, demócrata en todo el sentido de esa palabra, fue además un prolífico autor, tanto en prosa como en verso, escrito este último en un castellano antiguo que dificulta algo su lectura, el llamado verso épico. Conciente de su aporte a este mundo, siempre me sorprendió y maravilló como se comunicaba, a través de hemosas cartas manuscritas, con grandes personajes. Al Rey de España le envió uno de sus libros (Canto a España); al Papa le escribió muchas veces, especialmente cuando atentaron contra su vida, al Cardenal Silva Henríquez, en fin, cartas que manifestaban su especial forma de ser, el haberle encontrado sentido a la vida, el saberse parte de la humanidad que tanto amaba; cartas que eran contestadas y que me llevaban en mi ingenua niñez a leerlas una y otra vez. Fue además profesor de castellano y abogado, ejerciendo esta última profesión, luego de abandonar el magisterio, como Defensor Público, en directo beneficio de los más necesitados de su amada patria.
Entre sus obras más importantes se cuentan las siguientes: una muy completa biografía de “Miguel Luis Amunátegui”, del año 1929, premiada por la Sociedad Chilena de Historia y Geografía; “Apuntes de Gramática” (1934); "Don Crescente Errázuriz, su vida y su personalidad” (obra del año 1938, premiada por la Academia Chilena de la Lengua); “Don Mariano Egaña Fabres” (1954); “Canto a España” (1979) y “Canto a la Patria” de 1982, estas dos últimas escritas en verso.
“Canto a la Patria”, editada por Ediciones Poetas Nacionales, es una sorprendente narración, en verso, de la historia de Chile, desde su descubrimiento hasta los dolorosos momentos vividos después del golpe de Estado del año 1973. Uno de esos versos expresa:
“Cuando mis miradas buscan el pasado
escucho los sones de clarines claros,
de sordas trutucas; piafar de caballos;
gritos de furor de los indios bravos,
de los caballeros, de hierros armados,
que acometen, a Dios invocando”
Dios, la fe en el hombre, el amor a la Madre Patria, llenan este bello volumen, expresando en la parte final del mismo su convencimiento que Chile retornaría a su tradición democrática, lo que no alcanzó a ver.
Pero más que mostrar esa faceta literaria de mi abuelito (recuerdo cuando escribía sus manuscritos y la paciencia con que lo hacía sentado en su escritorio) mi intención es reflejarlo como la gran persona que fue y cómo me marcó en mi niñez y primera juventud. Tengo hermosos y grandes recuerdos de mi abuelito Tatín –así lo llamábamos sus nietos– y me acompañan por siempre. Sus enseñanzas también. Nunca he olvidado cuando en una oportunidad –tendría 8 o 9 años– le dije mentirosa a mi madre y él me escuchó. Entonces me llamó, con el mayor disimulo posible y su calma de siempre, y me dijo: "tu madre no miente, puede estar equivocada, pero no miente". ¡Cuántas veces les he dicho lo mismo a mis hijos!
Siempre me acuerdo cuando en las vacaciones que pasábamos junto con mis primos en Quintero –dos meses y medio completos– nos reunía en las noches para contarnos historias. La que más recuerdo y la que me causó más impresión en esos mis años de aventuras, fue la de Los tres Mosqueteros, de Dumas. Nos la contaba con tantos detalles, era tan vívida, que podíamos sentir como chocaban las espadas de los Mosqueteros contra los temibles hombres del cardenal Richelieu. Pero cada noche nos cortaba la narración en la mejor parte y a pesar de nuestros ruegos teníamos que esperar hasta la noche siguiente para continuar con esa fascinante historia.
Y era enemigo de las malas palabras. Para que decir de los garabatos, que no se podían decir en su presencia. Una vez me llamó la atención por que le dije tonto o idiota a uno de mis hermanos –obviamente no decíamos garabatos, no tanto por que lo respetábamos sino por que no los conocíamos, sólo en enseñanza media los adaptamos a nuestro lenguaje– y me hizo ver la inconveniencia y lo innecesario de usar esas palabras.
Entre sus obras más importantes se cuentan las siguientes: una muy completa biografía de “Miguel Luis Amunátegui”, del año 1929, premiada por la Sociedad Chilena de Historia y Geografía; “Apuntes de Gramática” (1934); "Don Crescente Errázuriz, su vida y su personalidad” (obra del año 1938, premiada por la Academia Chilena de la Lengua); “Don Mariano Egaña Fabres” (1954); “Canto a España” (1979) y “Canto a la Patria” de 1982, estas dos últimas escritas en verso.
“Canto a la Patria”, editada por Ediciones Poetas Nacionales, es una sorprendente narración, en verso, de la historia de Chile, desde su descubrimiento hasta los dolorosos momentos vividos después del golpe de Estado del año 1973. Uno de esos versos expresa:
“Cuando mis miradas buscan el pasado
escucho los sones de clarines claros,
de sordas trutucas; piafar de caballos;
gritos de furor de los indios bravos,
de los caballeros, de hierros armados,
que acometen, a Dios invocando”
Dios, la fe en el hombre, el amor a la Madre Patria, llenan este bello volumen, expresando en la parte final del mismo su convencimiento que Chile retornaría a su tradición democrática, lo que no alcanzó a ver.
Pero más que mostrar esa faceta literaria de mi abuelito (recuerdo cuando escribía sus manuscritos y la paciencia con que lo hacía sentado en su escritorio) mi intención es reflejarlo como la gran persona que fue y cómo me marcó en mi niñez y primera juventud. Tengo hermosos y grandes recuerdos de mi abuelito Tatín –así lo llamábamos sus nietos– y me acompañan por siempre. Sus enseñanzas también. Nunca he olvidado cuando en una oportunidad –tendría 8 o 9 años– le dije mentirosa a mi madre y él me escuchó. Entonces me llamó, con el mayor disimulo posible y su calma de siempre, y me dijo: "tu madre no miente, puede estar equivocada, pero no miente". ¡Cuántas veces les he dicho lo mismo a mis hijos!
Siempre me acuerdo cuando en las vacaciones que pasábamos junto con mis primos en Quintero –dos meses y medio completos– nos reunía en las noches para contarnos historias. La que más recuerdo y la que me causó más impresión en esos mis años de aventuras, fue la de Los tres Mosqueteros, de Dumas. Nos la contaba con tantos detalles, era tan vívida, que podíamos sentir como chocaban las espadas de los Mosqueteros contra los temibles hombres del cardenal Richelieu. Pero cada noche nos cortaba la narración en la mejor parte y a pesar de nuestros ruegos teníamos que esperar hasta la noche siguiente para continuar con esa fascinante historia.
Y era enemigo de las malas palabras. Para que decir de los garabatos, que no se podían decir en su presencia. Una vez me llamó la atención por que le dije tonto o idiota a uno de mis hermanos –obviamente no decíamos garabatos, no tanto por que lo respetábamos sino por que no los conocíamos, sólo en enseñanza media los adaptamos a nuestro lenguaje– y me hizo ver la inconveniencia y lo innecesario de usar esas palabras.
En la introducción del libro cuya portada se muestra aquí, hay una bella poesía dedicada por uno de sus hijos, Jorge, exiliado en Francia, que resume muy bien su personalidad y especial sensibilidad, que logró transmitir a sus seis hijos; he aquí dos de sus versos, que reflejan mucho mejor de lo que intenté a través de este post lo que mi abuelito significó para mí:
"Nos hacía asombrarnos de las hojas,
del rumor del trabajo de la abeja,
de las cartas que escriben las gaviotas
lentamente con sus pasos en la arena."
"Nos dejaba beber de la hermosura
"Nos dejaba beber de la hermosura
de la luna, del sol, de los volcanes,
de mostrarnos cordilleras y horizontes,
él nos hizo crecer los ojos grandes."
6 comentarios:
Que lindo post, yo también siempre me acuerdo de la historia en que tu abuelito te dice que las mamás se pueden equivocar pero no mienten, de hecho lo mismo le dije a Diego hace muy pocos días.
Debe haber sido un gran hombre el abuelito Tatín...
Un beso
Yve
qué bonito y buen post.
me admiro de tu abuelo.
Quisiera agregar a esta emotiva semblanza de nuestro abuelo, el profundo amor y respeto que expresó siempre por su adorada esposa -la abuelita Nina- y por sus hijos.
Tampoco quiero dejar de mencionar su gran sentido de la justicia, que lo hacía enfrentarse en el plano judicial, cual don Quijote con los molinos de viento, a poderosas instituciones o personas, creyendo, en su infinita bondad, que todos los hombres eran como él: justos y bondadosos.
Por último, quiero recordar que la portada a que se hace referencia, es un dibujo realizado especialmente para el libro por Fernando Marcos
Saludos,
Gabriel
Gabriel, muchas gracias por tus valiosos aportes. El recuerdo de la Abuelita está siempre presente. Cómo no recordar sus palabras afectuosas y su inmenso cariño. Su amor por sus hijos.
Gracias por recordármelo
Que lindo y hermoso homenaje, te felicito.
Besos.
Mish! otra vez yo!! pero ahora es para dejarte tooooodo mi cariño porque eres una de las mejores personas que he tenido la gran suerte de conocer... Feliz Navidad!!!! y un beso gigante para ti.
Yve
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